sábado, 14 de mayo de 2011

EL TEATRO DEL SIGLO XVIII



4. – El teatro de siglo XVIII.

La reacción crítica contra el teatro del Siglo de Oro, iniciada por Luzán, creció durante el reinado de Carlos III, llegándose a prohibir el autos sacramentales. Triunfa en este momento la preceptiva clásica, que se rige por la razón, el buen gusto y la regla de las tres unidades. Esto trae consigo el cultivo de un teatro neoclásico inspirado en el francés: Corneille y Racine para la tragedia y Molière para la comedia. A pesar de tod ello, lo cierto es que todavía en el siglo XVIII la mayoría de los espectadores prefería las comedias barrocas -que después de tanto tiempo habían perdido su fuerza a la par que a creadores de auténtica talla -, sobre todo por lo que éstas tenían de espectáculo: el personaje que era izado hasta el cielo o que se hundía en el infierno, los sonidos de los truenos y el destello de los relámpagos, los mil y un trucos escénicos que se desarrollaban ante sus ojos, en definitiva.







A) La tragedia neoclásica.
Los autores más sobresalientes de este género dramático fueron Nicolás Fernández de Moratín y Vicente García de la Huerta. Ambos partidarios de teatro francés –como todos los autores de esta época, en realidad-. El primero escribió varias tragedias (Lucrecia, Hormesinda y Guzmán el Bueno) y una comedia, Petimetra; ninguna de ellas tuvo éxito. No es el caso de Raquel, tragedia en endecasílabos a partir de un tema tradicional: la leyenda toledana protagonizada por una judía amante del rey Alfonso VIII, que sí gozó de aceptación popular.





B) La comedia neoclásica.
Sin duda alguna el autor más celebrado de esta corriente literaria dramática fue Leandro Fernández de Moratín, que tomando como modelo a Molière, escribió una serie de cinco obras en prosa y con clara intención moral: El viejo y la niña, el barón y La mojigata; de todos modos, sus mejores creaciones, y también las más exitosas fueron El sí de la niñas y La comedia nueva o El café. Los temas fundamentales de sus comedias son la libertad de elección en el matrimonio y la necesaria igualdad de los cónyuges en edad y condición social. Habría que incluir aquí, igualmente, dos obras de Tomás de Iriarte, que no vamos a decir que fueran un gran éxito de publico -excepto Moratín hijo, ningún autor del Neoclasicismo se puede afirmar que tuviera lo que entendemos por éxito de público-, pero sí que tuvieron una más que buena aceptación: La señorita malcriada y una especie de continuación en versión masculina, El señorito mimado.


De todas formas, el autor de mayor éxito en el siglo XVIII es Ramón de laCruz con sus sainetes, cuatrocientas piezas breves que retratan el Madrid castizo de la época. Las castañeras picadas, La pradera de San Isidro o Manolo constituyen valioso cuadros de costumbres, verdaderos documentos de época, escritos generalmente en verso, con romances, seguidillas, letrillas u otras formas populares. A pesar del clasicismo de moda, tuvieron un gran éxito, aunque con el tiempo fueron cayendo en el olvido hasta hace un par de temporadas que se representó una selección con una muy buena acogida de público.


El último gran nombre de este siglo sería el de Gaspar Melchor de Jovellanos, aunque en realidad sólo escribió una obra de teatro, que se considera, por si fuera poco, un precedente del Romanticismo, El delincuente honrado. Obra en prosa, además del contenido filosófico, el autor la envuelve en una sensibilidad emotiva de corte rousseauniano, filantrópico y sentimental, que permite considerarla como la primera obra dramática romántica de la escena española.
























El Instituto Feijoo del siglo XVIII de la Universidad de Oviedo lleva varios años publicando las obras completas de Jovellanos, así como una gran cantidad de documentos de muy diverso tipo referidos a llamado Siglo de las Luces. De igual modo, el tantas veces mencionado Centro Virtual Cervantes ofrece un amplísimo desarrollo de los autores más significativos de la Ilustración, hasta el punto que no sólo incluye las obras completas de los mismos, sino que también incorpora manuscritos originales, ediciones de época, ilustraciones de los autores y de las personas que tuvieron relación con ellos, etc. De hecho, ese es un de los escasísimos lugares en los que se puede leer la curiosa parodia que Félix Samaniego -el popular fabulista - escribió sobre una tragedia del también famoso creador de fábulas Tomás de Iriarte, cuyo título ya es suficientemente expresivo de las intenciones de la obra: Parodia de Guzmán el Bueno, soliloquio o monólogo, escena trágico-cómico-lírica unipersonal.






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